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Uri
Geller es capaz de doblar objetos metálicos frotándolos con su
dedo, o simplemente concentrándose en ellos. |
En el verano de 1971, los adolescentes
israelíes empezaron a hablar de un nuevo ídolo pop; no un cantante ni un
disc-jockey, sino un mago teatral: Se llamaba
Uri Geller, y su popularidad seguramente se debió a que
era alto y guapo, y sólo tenía 24 años. Pero su actuación era
enormemente original. ¿Quién había oído hablar de un
«mago» que reparara relojes sólo con mirarlos? ¿O que doblara
cucharas masajeándolas suavemente con los dedos? ¿O que rompiera anillas
de metal sin necesidad de tocarlas?
Comentarios sobre su «magia» llegaron a oídos del conocido investigador psíquico norteamericano
Andrija Puharich, quien se trasladó a Israel para investigar. El 17 de agosto de
1971 Uri Geller estaba actuando en una discoteca de Jaffa, y Puharich fue a verlo.
Lo primero que le llamó la atención fue el hecho de que Geller
era un actor nato, y aunque el espectáculo, en general, decepcionó a
Puharich, el último «truco» le impresionó más. Geller anunció que
rompería una anilla sin tocarla, y una mujer del público ofreció una
anilla de su vestido. Geller le dijo que la mostrara al público y
después que la apretara con fuerza en la mano. Luego colocó su propia
mano sobre la de ella y la dejó
allí unos segundos. Cuando la señora abrió la mano la anilla
estaba rota en dos trozos.
Después del espectáculo, Puharich preguntó a Geller si estaba
dispuesto a someterse a varias pruebas científicas al día siguiente.
Hasta aquel momento, Geller se había negado, pero aquella vez asintió.
La primera prueba convenció al investigador. Geller puso un bloc
sobre la mesa y después pidió a Puharich que pensara tres números.
Puharich eligió
4, 3 y 2: «Ahora de la vuelta al bloc», dijo Geller. Puharich lo
hizo y halló los números 4, 3 y 2... escritos antes de que hubiese
pensado en los números. De algún modo, Geller había influido en él para
que eligiese los números.
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Uri Geller junto
al investigador psíquico Andrija Puharich.
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Este hecho sugiere que
Geller puede hipnotizar a la gente por medios telepáticos, pero hay que
preguntarse si eso explica también los hechos misteriosos y
sobrenaturales que ocurrieron después. En demostraciones posteriores,
Geller siguió elevando la temperatura de un termómetro con sólo mirarlo
fijamente, moviendo la aguja de una brújula con sólo concentrarse en
ella, torciendo el chorro de agua que salía de un grifo acercando un
dedo a él. La conclusión de Puharich fue que Uri
Geller no era un mero ilusionista; era un psíquico genuino, con
un indudable dominio sobre la
materia, facultad que se denomina psicokinesis.
Geller admitió que no tenía la menor idea de la forma en que
había logrado esos curiosos poderes. Había adquirido conciencia de ellos
cuando era muy pequeño. Cuando empezó a
ir a la escuela, su padrastro le regaló un reloj, pero siempre
parecía estar estropeado. Un día, mientras Geller
lo miraba, las manecillas comenzaron a moverse cada vez más
rápido, hasta que giraron a toda velocidad. Entonces empezó a sospechar
que él mismo podía ser el causante. Pero no tenía control sobre esta
sorprendente habilidad. Un día, mientras tomaba sopa en un restaurante,
el plato se cayó al suelo. Y después las cucharas y tenedores de las
mesas cercanas comenzaron a doblarse. Los padres de Geller estaban tan
preocupados que pensaron en llevarle a un psiquiatra.
A los trece años comenzó a tener cierto control sobre sus
poderes. Rompió el candado de una bicicleta concentrándose en él y
aprendió a hacer trampa en los exámenes leyendo las mentes de los
alumnos más estudiosos.
Puharich creía haber hecho el descubrimiento del siglo. Como la
mayoría de los dotados afirman que no pueden conectar o desconectar sus
poderes a voluntad, los investigadores no habían logrado averiguar nunca
si mentían o no. En cambio, los poderes de Geller parecían estar a su
disposición siempre que quería.
En este punto, los acontecimientos se modificaron de forma
inesperada. En la mañana del
1 de diciembre de 1971, Geller fue hipnotizado por Puharich,
quien confiaba en descubrir así el origen de sus poderes. Puharich le
preguntó dónde estaba y Geller le replicó que se encontraba en una
gruta, y que estaba «aprendiendo cosas acerca de gente que viene del
espacio.» Agregó que aún no se le permitía hablar sobre esto. Puharich
le hizo retroceder más y Geller empezó a hablar en hebreo, su lengua
materna. Describió un episodio que,
según dijo, había ocurrido cuando tenía tres años. Había entrado
en un jardín, en Tel Aviv, y súbitamente percibió la presencia de un
objeto brillante en forma de cuenco que flotaba en el aire, sobre su
cabeza. En el aire había un sonido agudo y vibrante. A medida que el
objeto se acercaba, Uri se sintió bañado en luz y cayó desvanecido al
suelo.
Mientras Geller contaba estos hechos, Puharich y sus compañeros
de investigación quedaron asombrados al escuchar una voz en el aire,
encima de sus cabezas. Puharich la describió como
«metálica y no terrenal». «Fuimos nosotros quienes encontramos a
Uri en el jardín cuando tenía tres años -dijo la voz fantasmal-. Le
hemos programado para que ayude a la humanidad.»
Cuando Geller despertó, no parecía recordar lo sucedido, de modo
que Puharich le hizo escuchar la cinta en que había grabado la sesión.
Aseguró no recordar el episodio, pero cuando la voz metálica comenzó a
hablar,
Geller extrajo la cinta del magnetofón. Mientras la tenía en la
mano, la cinta desapareció. Después, Geller salió corriendo de la
habitación.
¿Qué había sucedido? La explicación escéptica es que Geller usó
sus dotes de ventrílocuo y después cogió la cinta, haciéndola
«desaparecer», para que no se pudiera comprobar el parecido entre su
propia voz y el «ser espacial» de la cinta. Pero Puharich y los demás
dijeron que la voz venía de encima de sus cabezas y que parecía
mecánica, como fabricada por una computadora.
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Fotografía tomada por Geller en 1972, cuando viajaba en avión de Londres a Munich.
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La voz misteriosa fue
sólo el primero de una serie de hechos extraños
e inexplicables. No pasó un día sin que las misteriosas
«entidades» hicieran cosas sorprendentes. Detenían el motor del coche, y
volvían a ponerlo en marcha. «Teleportaron» la cartera de Puharich
desde su casa de Nueva York hasta su apartamento de Tel Aviv. Cuando
Geller y Puharich se dirigían a una base del ejército, fueron seguidos
por una luz roja en el cielo que no era visible
para su escolta militar. De hecho, Geller llegó a fotografiar
una «nave espacial», siguiendo las órdenes de la voz metálica.
¿Era una broma? ¿O alguna clase de truco? Puharich, por lo
menos, estaba convencido de que no había fraude. Unos años antes, un
dotado le había transmitido mensajes de unos seres misteriosos que se
llamaban a sí mismos los
«Nueve» y que decían venir del espacio exterior. En una
de las sesiones hipnóticas con
Geller, Puharich preguntó si la voz era la de uno de los Nueve y
la respuesta fue «sí». Después preguntó si los Nueve eran responsables
de las observaciones de OVNIS, y de nuevo la respuesta fue afirmativa.
La voz dijo que los Nueve eran seres de otra dimensión y que vivían en
una nave estelar llamada
Spectra, que estaba a «53.069 edades-luz de distancia».
Habían observado la Tierra durante miles de años y habían aterrizado en
América del Sur hacía 3.000 años. Y pronto demostrarían su existencia
aterrizando de nuevo...
Es fácil reírse de todo esto y tachar a Puharich de crédulo. La
explicación más sencilla sería que Geller había estado leyendo las obras
de
Erich von Däniken y había decidido engañar al ingenuo investigador. Pero si la descripción de Puharich es exacta, es totalmente imposible que
Geller pudiera realizar algunos de los «trucos» más espectaculares.
¿Acaso Puharich mintió? Esta hipótesis también debe ser
descartada. El propósito de Puharich era, simplemente, probar que
Geller poseía poderes paranormales, y lo único que pretendía
hacer era organizar pruebas científicas; como las que realizó después en
Estados
Unidos. Los acontecimientos posteriores no hicieron más que
perjudicarle.
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Uri
Geller cuando era más joven junto a su madre
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Pero la hipótesis de los Nueve es igualmente difícil de creer, y
Geller dice que él mismo no la acepta: los acontecimientos descritos
por Puharich le dejaron totalmente atónito, y no tiene ni idea de su
explicación.
El mismo Geller estaba bastante preocupado por estos extraños
acontecimientos. A diferencia de Puharich, no deseaba convencer al
establishment científico de la realidad de sus poderes; le interesaba
más ser rico y famoso.
Y los sorprendentes trucos de los Nueve no parecían
acercarlo a esos fines.
Cuando Puharich ya se había marchado por unas semanas, Geller
fue a su apartamento y encontró una carta del investigador en el
felpudo. La carta decía que Puharich no podría salir de Estados Unidos
en los tres meses siguientes, y después se reuniría con Geller. De
acuerdo con esto, Geller decidió llevar a cabo una tournée por Alemania.
Llamó a Puharich para preguntarle las razones de su demora, y éste,
asombrado, negó haber escrito la carta. En ese momento, ambos pensaron
que la carta era otro «mensaje» de los Nueve. La «prueba» era que había
desaparecido del bolsillo de la camisa de Geller mientras estaba en el
avión; obviamente, había sido desmaterializado por el propietario de la
voz metálica. Una explicación más simple podría ser que Geller hubiese
inventado la carta.
Sin embargo, el incidente convenció a Puharich de que los Nueve
querían que él permaneciera en Estados Unidos, tratando de persuadir a
varios eminentes hombres de ciencia de que valía la pena investigar a
Geller. Mientras tanto, su mudable
e imprevisible protegido se trasladó a Alemania, a su primera
cita con la fama y la fortuna o, al menos, con la notoriedad y la
publicidad.
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